Ser profesor es una de las profesiones más difíciles que hay.
Recuerdo mi profesora de biología. En el instituto.
Era de esas mujeres un poco hippies. Un encanto.
Aunque bastante peculiar:
Mari Cruz
Jamás olvidaré lo que nos dijo el primer día de clase:
- “No necesitaréis libros, los podéis dejar en casa.”
Todos nos mirando como diciendo:
“A esta mujer se le ha ido la cabeza”
¿Cómo íbamos a estudiar?
¿Y cómo íbamos a seguir el temario?
Ella no dijo nada. Solo sonrió y empezó con la clase.
Y algo ocurrió.
Casi parecía magia.
Sonó la campana y la clase terminó.
Miramos el reloj.
Intercambié miradas con mis compañeros.
Habían pasado 2 horas.
¡2 malditas horas!
Y no nos habíamos dado cuenta.
Aquello fue magia.
Pura magia.
Pero no quedó allí.
El fenómeno se repitió día tras día.
Pero ahí no acabó la cosa.
El truco supremo llegó un miércoles a las 10:05 de la mañana.
Nos sentamos en nuestros sitios.
Y Mari Cruz repartió unos folios en blanco.
No dijo nada.
Solo los repartió.
Nos miramos extrañados.
Muy alegre nos dijo:
- “Chicos. Chicas. Hoy toca examen”
Las caras de mis compañeros eran poemas. Algunas de terror.
Supongo que la mía también.
Sin dejarnos tiempo para asimilarlo, empezó a hablar.
- “Os voy a dictar las preguntas. Id apuntando.”
Dictó todas las preguntas. Las leí tranquilamente y recuerdo que pensé:
No puede ser tan fácil.
Cada pregunta me traía un recuerdo de una historia que Mari Cruz nos había contado. Lo recordaba todo. Con pelos y señales.
Y no fui el único.
La nota más baja de la clase fue un 8.5.
No se me olvidará nunca.
Lo curioso de todo ocurrió cuando comentamos las preguntas del examen con los compañeros de otras clases.
- “¡Hala, cómo se ha clavado!”
- “¡Pedazo de examen!”
Para todos los que íbamos a clase con Mari Cruz, fue uno de los exámenes más fácil que habíamos hecho jamás.
Y fue así durante todo el año.
Hace muchos años de aquello, pero aprendí algo.
Algo esencial.
De una importancia que solo he sabido valorar con los años:
Toda la enseñanza debería de ser así.
TODA.
No deberías necesitar 40 horas, si te lo pueden contar en 2 horas.
Tampoco deberías necesitar 372 transparencias de un PowerPoint para que puedas entender lo que te está explicando el profesor.
Ni que te pegues 2 semanas estudiando hasta las 23:00 de la noche.
No es la idea.
No tiene sentido hacerlo de ese modo.
Piensa en Mari Cruz.
Y podrías quedarte aquí.
Podrías dejar de leer.
Pero quería contarte algo: yo aprendí la lección.
Te lo aseguro.
Aprendí a enseñar tecnología, seguridad, manipulación con ingeniería social... o cualquier otra cosa.
Y que a quien se lo contaba se le quedaba grabado en el cerebro.
¿Magia?
Que va, la magia no existe.
Disfrutar y aprender no están reñidos.
Es más: Deberían de ir siempre juntos.
Por eso cada día envío un email.
Un email con historias de tecnología, seguridad o Python, contadas de forma un poco peculiar.
Historias que enseñaran algo.
Siempre.
En cada email.
Puedes no apuntarte.
Entonces te perderás historias geniales.
Como la del campesino que el Zar Romanov contrató para que curara a su hijo hemofílico, por qué no conseguía asesinarlo y qué tiene que ver con Python.
Tampoco sabrás qué dijo en 2014 un alto cargo de la CIA sobre que no necesitaban leer las conversaciones de WhatsApp para mandar un misil a por alguien.
O saber en qué se parece Kubernetes a un botellón.
Solo lo cuento por email.
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